Las luna está radiante y pletórica, los arboles dibujan un marco perfecto. Las personas caminan absortas, los autos se alejan de prisa y la pequeña ciudad que guarda la principal plaza de empresas de Santiago se queda silente. Miro a los tantos perros vagos que viven en sus calles y siento tanta tristeza…, se acurrucan en alguna esquina discreta o bajo un sillón de una de las tantas parada de buses, tal vez pensarán que algunas de las personas que hacen las largas filas esperando el transantiago se compadezcan y les tirén algún pedazo de pan o restos de una pastilla que quedó rezagada en un bolsillo olvidado. Yo sigo mi viaje despacio, tengo los ojos trémulos, no puedo olvidar a los dos perros nuevos que fueron abandonados hoy, eran tan pequeños, ahora, cuando ya está oscuro y la luna llena las calles con su presencia, todavía daban vueltas, lucían lánguidos, como si presintieran el terrible futuro que les espera.
Esa imagen y los juegos de palabras que a veces hacen trampas mortales me dejaron partida. Sí, después de un amanecer radiante el día se me quebró y quedé partida en dos, una parte de mí se recobró y miró, vio desde afuera y una vez más tuva consciencia, luego pensé “Patty, cuando entenderás, hay sólo dos vías, el dolor o la comprensión”, siempre lo olvido.
Cada vez que puedo les recuerdo a mis hijos, “no olviden, para despertar hay sólo dos caminos”. Pero de pronto, cuando el mundo me atrapa con sus matices y formas, con sus aromas y superficialidades, con la aparente belleza de las imágenes, me duermo tan profundamente que viene un golpe rancio y parte mi sueño de cuajo.










