Sería fantástico si de pronto olvidara como me llamo, o como camino por las enrejadas mañanas de invierno, olvidar el verde del campo en primavera, de aquellas noches refulgentes de estrellas o del olor a café, a mango recién cortado, a la piel de los hijos, al verde profundo de las hojas en brote.
Sería grandioso olvidar a mis muertos, también a los vivos y así no tener apegos, ni lagrimas, tampoco risa. Ser como el aire, sin raíces ni cimientos. Sería grandioso pararme en las esquinas de una vida cualquiera y oler sus días, amasar sus tristezas hasta convertirlas en pan fresco, peinar mi pelo con rebeldía, mojar mis pies en las orillas de un río limpio, atestado de piedras parlanchinas, esas que brotan sin nombre. Caminar descalza por la tierra en siembra, tenderme en el pasto y ser festín de chinitas y hormigas en letargo.
Sería perfecto olvidar como beso, mi tacto y mi rostro, olvidar que existo, que he existido tanto, que existiré tanto más. Vestirme con paños de colores de esos que no matan, jamás con seda, nunca con pieles. Abrigarme sólo de besos cuando estoy enamorada y de lagrimas amarillas cuando tengo pena, me gustaría olvidar las palabras, lo que pienso y los ojos de los que amo, sería perfecto no saber de donde provengo, ser etérea y sutil, tanto que pueda estar en todo, hasta no ser nada.