Reflexiones


Se me pide que escarche la poesía en las ventanas de mi pieza y no puedo, la engancho con mi garfio solitario para que no me duelan los dedos, igual se me escapa. Me siento en el suelo, está frío, un frío que entume, miró a mi alrededor y todo está tan  blanco, de tiniebla y de nieve, blanco de nieve…

Quiero llorar de impotencia, no hay poema que erice mi piel, no los de ahora…, pienso en el desatino de mi pelo, como se va enredadndo con la vacuidad del verso silencioso. Mi deseo se aplasta con las letras que corren sin destino y quedo muda.

De pronto alzo mis ojos como si una luz infame me empujara hacia ella, y lo veo. Una sombra erguida desgarra mi cabeza.  Es tan grande, alto. Una mirada profunda se le arranca de los ojos y me cae en la cara. Sus manos arrugadas y su cuerpo gastado se mueven con lentitud hasta quedar a mi lado, me dice con tono sumiso:

– ¿Puedo?

– Claro – le contesto sin despegar los ojos de los suyos.

Su cuerpo inmenso cae pesado en el suelo, quedamos sentados mirando a la nada.

– ¿Qué haces acá Whitman?

– Tú me llamaste.

– mm.. seguramente, no me di cuenta.

– Escúchame, las palabras son sólo palabras, lo importante es si traen amarradas en su cola de cometa el sentimiento, sin él, nada vale pequeña. Luego das el orden, como en el universo, si no hubiese orden, la belleza y perfección no existiría.

– ¿Lo crees?

Me mira como diciendo, «¿es necesario que responda?. Pienso que no, entiendo lo que quiere decirme y me acurruco a su lado, tomo su mano y  me pierdo en la semilla de sus dedos por un rato. Le pido que me haga un poema sólo para mí.

– Ya lo tienes escrito, está en tu memoria, esa que viaja a través del tiempo, todo esta escrito pequeña, todo. Una y mil veces se ha escrito lo que ya existe.

Me agrada que me diga pequeña, me siento así a su lado.

– ¡Mira, mira quién vino a verte! – Dice mientras apunta con su dedo índice a una sombra.

 Focalizo hacía la figura que se está acercando. Es él, con la pesadez de Dios en la espalda, es tan hermoso…, y tan diminuto.

– ¡Rilke!

– Hola querida Lou

– No soy Lou.

– No importa, todas son ella.

– ¿A qué has venido?, ¿no me dirás que  a ti también te llamé?

Me miró y esbozó una sonrisa. Mi voz tembló. Me sentí descubierta.

– Bueno…, puede ser, me puse a leer algunos poemas, escritores contemporáneos tu sabes…  De pronto sentí  necesidad de volver a ustedes, a esos versos con los que me he arropado tantas veces. Luego quise hablar con alguien coherente. De esas personas que te hacen hundirte en las ideas  hasta que las comprendes, no sé…, lamentablemente no había nadie cerca, fue entonces cuando pensé en ustedes «si estuvieran vivos»…, iría, aunque tuviera que cruzar mil océanos, iría a buscarlos para hablar, hablar sin nada predispuesto, sólo hablar. Lamentablemente están muertos.

– Bueno, acá nos tienes – Dijo Whitman con la mirada perdida –  la muerte es otra ilusión, una de las tantas con que convive el ser humano, ¿me ves muerto?, no verdad, la idea de la muerte es dejar de existir, yo todavía existo, existiré siempre. Si quieres hablarme sólo tienes que llamar y vendré.

– Lo sé…, ahora lo sé. Gracias

Dije mientras dibujaba un circulo en el suelo con mis dedos, luego mirando a Rilke le pregunté:

– Dime, como logras hacer que un poema pueda sintetizar la existencia misma de Dios.

– Porque Dios está en la palabra, sólo debes aprender a encontrarles el alma.

 Los tres permanecimos sentados en el suelo, curiosamente ya no había nieve, sólo una gruesa alfombra de pasto. Se sentía bien. Comenzamos a mirar las estrellas y a reflexionar en como se las arregla Dios para que todo funcione tan perfecto habiendo tantos universos, luego Rilke dijo:

– No creo que le quite tiempo, él es cada uno de esos Universos.

Whitman lo miró y se largo a reír. En unos minutos estábamos los tres riendo, no sé por qué, no tenía nada de gracioso. Tal vez porque imaginamos a Dios enrollando sus dedos en los brazos de Andrómeda.

Poemas tempranos (Maria Rilke)

Ésta es la nostalgia: morar en la onda
y no tener patria en el tiempo.
Y éstos son los deseos: quedos diálogos
de las horas cotidianas con la eternidad.

Y eso es la vida. Hasta que un ayer
suba la hora más solitaria de todas,
la que sonriendo, distinta a sus hermanas,
guarda silencio en presencia de lo eterno.

No puedes esperar hasta que Dios llegue a ti
y te diga: yo soy
un Dios que declara su poder
carece de sentido.
Tienes que saber que Dios sopla a través de ti
desde el comienzo,
y si tu pecho arde y nada denota,
entonces está Dios obrando en ti.

3 pensamientos en “Reflexiones

  1. Patricia querida, vine a dejarte un enlace… algo me decía que te iba a gustar, posiblemente mucho, lo que encontrarías allí, y me encuentro yo con esta maravilla… Es de las cosas que escribes que no sólo dejan muda a nuestra amiga, a mí me costó unos segundos también recuperar el habla. ¡Qué historia más emocionante! El poema, también, impresionante. Siempre he creído que «un Dios que declara su poder carece de sentido». Me alegra no ser la única.

    Besos y gracias por esta hermosura y la sorpresa que viene con ella.

  2. Besos Gorokiña.Siempre es bueno verte.

    Karencita, no había podido ir al enlace, por lo tanto no te había respondido. Gracias, fue refrescante, sobre todo para el espíritu.
    En cuanto al Dios que debe declarar su sentido es impensable, que bueno ya habemos tres. Besos.

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