Estas últimas semanas he estado sumida en los intestinos del mundo y paseándome por las laderas del cielo, (¿cómo es posible esto?, pues se da a diario pero no lo notamos), el mundo nos traga con su hocico voraz, pero curiosamente y tal vez por respeto a nuestra parte divina, es capaz de dejarnos la cabeza afuera de sus fauces para que, si hacemos un esfuerzo, nos demos cuenta que estamos siendo devorados. Es como el animal que en un principio sólo muerde a su presa para que pueda tener tiempo de escapar o al menos, reconciliarse con su propia historia antes de entregarse a su muerte.
Ya hace dos semanas que llegué de mi raro viaje a Perú. Y sin embargo, todo sigue girando. Abriéndose. Mostrándose. Entregándome más y más.
Comparto con ustedes un extracto de uno de mis filósofos preferidos, tal vez su lectura los entusiasma para terminan este verano (los Chilenos) o las tarde de invierno en el viejo continente, con un buen material de lectura.
J. Krishnamurti
Brockwood Park, Septiembre 14, 1973
La meditación.
El otro día, volviendo de un largo paseo en medio de campos y árboles, pasamos por el bosquecillo[1] que está cerca de la gran casa blanca. Al trasponer la escalerilla y penetrar en la arboleda, uno percibió instantáneamente un sentimiento inmenso de paz y quietud. Nada se movía. Parecía un sacrilegio atravesar el bosquecillo, hollar el suelo; resultaba profano el hablar, incluso el respirar. Las Sigue leyendo