Isla Choros, Damas, Gabiota
Este fin de semana nos fuimos a conocer Isla Choros, a pesar de considerarme una persona que conoce bastante su país no había tenido oportunidad de visitarla. Me llevé una grata sorpresa, para aquellos que gustan del buceo, de visitar lugares que todavía tratan de preservarse, para los que andan tras esos rincones que te alejan de todo el mundanal ruido y que solo necesitas unas horas de viaje. Lo recomiendo.
Partimos a las diez de la noche, está a una hora de la Serena, por lo tanto a unas seis horas de Santiago, queríamos irnos despacio y tratar de evitar la locura de autos que siempre se avalancha en las carreteras de Chile para los feriados. Paramos a dormir por ahí y llegamos como a las 10 de la mañana, traté de llamar a Santiago y ¡¡oh Dios, no teníamos señal!!, dato para los que van, sólo MoviStar alcanza a pellizcar esa tierra. (Nosotros teníamos Entel.) Por un lado fue bueno, ¡no había televisión, radio ni celular!.
El paisaje un tanto solitario, las playas acuñadas en rocas silenciosas de tiempo, los «huiros» abanicando las blancas arenas todavía salpicando agua. Caminamos disfrutando del paisaje, me puse a recoger conchitas, es curioso, nunca lo había hecho, siempre me quedo pegada en la inmensidad del océano cuando se abraza con el cielo y no reparo en la hermosura de lo infinitamente pequeño. Al otro día decidimos ir a las islas, mi hombre quería bucear por lo tanto llegamos al muelle muy temprano pero no había nadie, – que raro, por que no habrá nadie si vimos gente en los restaurants ( si se les puede llamar así) – dijo el Pato un tanto extrañado. No nos importo mucho, nos quedamos como unas morsas disfrutando de la blancura de la arena y el sol que se entregaba generoso. Al poco rato se acerca un pescador al que le habíamos preguntado cuanto nos cobraba por llevarnos. – Señor, tengo otras personas así que podemos salir altiro – su tono era como alegre y expresivo. Lamentablemente en el tiempo que le tomo acercarse a nosotros, los cuatro aventureros que irían con nosotros desaparecieron tan rápido como llegaron. Ante eso pensamos, aquí hay algo raro, no subimos al jeep y buscamos a donde estaba toda la gente, y claro, ahí estaban, en un segundo muelle que estaba taba atestado de gente, (que vergüenza!!, cómo tan incautos) resumiendo, tuvimos que esperar que se desocupara alguno de los botes que ya habían salido y por fin tipo media día logramos salir, no hubo posibilidad de buceo porque ya estaba todo arrendado, pero a esas alturas, poco importaba.
Las islas son una maravilla, unos delfines generosos de amor se nos regalaron para nuestro deleite. Iban saltando y brincando al lado de nuestro bote como sabiéndose el regalo que nos hacían, luego, ellas, todas hermosas y relajadas, tendidas sobre las rocas tomando sol, casi me tiro al agua y trepo por una de esas rocas a unirme a su letargo, no hubiese habido diferencia.
Para concluir, me quedó una rara paz en el alma cuando volvíamos, a pesar de haber mucha, pero mucha pobreza, se ve en las casas, se ve en «la» calle, se ve en los muchos perros hambrientos que dicho sea de pazo cuando les tiraba pan (que me robaba de los restaurants donde almorzabamos) lo agarraban con sus manitos como si fuera el más grande tesoro. La gente es felíz, es buena, se traspasa a través de sus ojos. Tal vez sea ese contacto tan puro con la naturaleza y tan alejado de la tecnología.
En fin, les dejo estas fotos, tomadas por mi celular, (sin comentarios, se nos quedo la cámara en Santiago) y otras que encontré en la web. Espero lo disfruten.
Una autentica delicia mi querida Patricia, no sabes cómo te envidio.
Fuerte abrazo!
Querida Paty:
Nunca he sido del tipo sirena como muchas de mis amigas que adoran el mar y las playas, pero definitivamente lo que cuentas en tu narración suena verdaderamente paradisíaco y en estos momentos, un paseo como ese, que sólo cabe en mis sueños dadas las circunstancias, me vendría extraordinariamente bien, con todo y mi terror al mar…
Un beso
Tendré en cuenta tu recomendación, Binah. Me gustó mucho tu relato y las fotos se complementan de tal manera que debo de adherirme a lo que decía gorocca: ¡qué envidia!
Por cierto, ¿qué son huiros?
Besos y un abrazo desde una recóndita isla del Atlántico…
😉
Gorokiña querida, espero alguna vez poder ir a mostrartela. No hay nada imposible, no lo crees? 😉
Liz querida, hoy me acordé mucho de ti, por varias razones, he estado todo el día con temas de literatura, libros, escritores y lanzamientos. Siempre recuerdo el encuentro con tanto cariño, leí también que pronto serà el lanzamiento de una nueva antología en la que mostrarás parte de tu bello trabajo, estaré atenta para promoverla en la fecha adecuada. Y eres una mujer bellísima, las sirenas seguro te tienen envidia, yo la tengo cuando veo tus ojos.
Un abrazo lleno de cariño y admiración por la mujer y la poeta.
QUerido Diebelz no tienes nada que envidiar, tu tienes belleza por todas las esquinas de tu tierra. En cuanto a los huiros son esas plantas que están entre las rocas de color café y que se mueven con el vaivèn de las olas. Las veces que he estado en vuestras cosas no recuerdo haberlos vistos pero de seguro que hay, solo que se ven en las playas donde hay más rocas.
Un abrazo cariñoso para ti. 🙂