El Norte de Chile, bajo un Ala.
VOLANDO POR EL NORTE
Tal vez sea por que estoy entrando en alguna edad misteriosa en que necesito saberlo todo, sentirlo todo, que me fui a volar en avioneta sobre el desierto de Chile. Estaba preparada psicológicamente para enfrentar los vaivenes y movimientos violentos, las caídas y el sentir que estas volando totalmente vulnerable sobre un aparato que te lleva a 10.000 mts. de altura, con tan poco donde afirmarse, al menos, psicológicamente.
Pero, ya estábamos allá y había que ser aguerrida, llegamos al aeródromo donde habían unas seis piezas bien cuidadas y de diferentes tamaños, colores y propósitos, la nuestra…? era una hermosura, preparada para transportar seis personas, si tenía hasta cortinitas en sus ventanas!!. Nuestro piloto, un amigo que ya tenía más de 600 horas de vuelo, me enteré más tarde que era una cantidad bastante aceptable y…, confiable.
Y comenzó nuestro ascenso, se empujo el avión hasta el medio de la pista con un mini remolque, en realidad era un motor enorme con ruedas, (lo más probable es que tenga un nombre, por supuesto que yo no lo pregunté, la emoción seguramente) se subió el piloto y empezó a mover botones en todas direcciones, de pronto, ran ran… las hélices comenzaron una agitada danza que nos impulsaría al cielo, abrocharse los cinturones, no es que fuéramos a chocar, al menos no se espera eso, pero si las caídas de presión podrían dejarte en segundos pegada en el techo; audífonos (de esos gordos) con micrófono, ¿para qué?, para poder hablar entre nosotros, con el ruido del motor es imposible hacerlo sin ellos. Ya estaba todo dispuesto y nosotros comenzando a surcar los aires, llevamos unos diez minutos de vuelo y por consecuencia de ascenso, la tierra se apretó en mi mano haciéndose mágica ante mis ojos, he volado muchísimas veces en aviones, de esos convencionales que surcan el cielo cada segundo, pero nunca había dimensionado lo maravilloso que es estar allá arriba y lo inmensamente vulnerable que somos.
La tierra, en esta parte de nuestro país, al que yo siempre había mirado con poca solemnidad, realmente es impresionante, sentí que toda ella generosa, me habría su vientre, me mostraba su vulnerabilidad, es como si me permitiera verla en toda su profundidad. Las planicies…, secas de verde, vivas de fuerza, abiertas y regalándose a mis ojos, a todo mi asombro. Me sentí tan pequeña, tan agradecida.
Lentamente el panorama comenzó a cambiar, nos acercábamos a las montañas, grandes, imponentes, con sus picos nevados, con sus grietas generosas, luego aparecieron sin aviso unas lagunas que flotaban en medio de la nada, de un verde esmeralda maravilloso, ahí uno se pregunta ¿Dios, que hacen allí? cómo llegó esa agua a esa sequedad, ¿cómo se mantiene la vida?, ¿cómo llegaron los pequeños peces que la habitan?, como se sobreviven?, en fin…, ¡otra maravilla de la naturaleza!
Todo esta armonía y asombro duro hasta que pasamos los cinco mil metros, ahí lentamente comencé a sentir unas nauseas insoportables, los ojos comenzaron a hacerse más pesados y luego, morí, si literalmente morí, me apune, por más que me enchufaron a una mascarilla de oxigeno no pude estar despierta más tiempo, y me perdí el sobrevuelo del volcán, una parte donde el avión sufrió tal turbulencia que descendimos como 1000 metros en x segundos, en fin, lamentablemente no sobreviví al resto de la aventura, creo que voy a tener que hacerlo de nuevo.
Para terminar solo agregar, gracias a la tierra por mostrarme sus grietas, ellas me hicieron pensar, imaginar que son las miles de cicatrices que nos expone para que no olvidemos que es un ser vivo, y que dependemos de ella tanto como ella de lo que hagamos nosotros.
Qué paisajes más increíbles…¿No te sentiste minúscula frente a todo eso?
Gracias por volver a pasar por mi blog, yo te sigo leyendo…aunque la mayoría de las veces en silencio.
Saludos!
A CHILE, para Patricia
Quise decir Chile y dije Pablo.
A falta de Matilde a que me ames vine
con el amor de las manzanas maduras
en maderas crujientes de barcos fantasmas
y de la Luna me traigas alhelíes.
Leyéndote quisiera vestir un traje blanco
por sombreados lagos bogar en primavera
hacer cruceros por mares azul Prusia
estirar mi mano hasta Plutón
caminar planetas deshabitados.
Cabrillear por soles de alba y de poniente
jugar con la delgada Luna nueva
la Tierra recorrer sobre una nube
andar descalza con la lluvia
dormir en rechinantes barcos de Isla Negra.
Danzar a coro cogidos de las manos
cantar con los humildes de mi clase
tu canto a nuestra Tierra.
Comprarme unos pendientes de oro
con chorreantes manos comer frutas americanas.
Tu deseo más terrible y corto fui
cementerio de amores y de besos
aun hay fuego fatuo en las tumbas.
Me amaste como a las mimosas amarillas
y a las magnolias sexuales.
Cómo no haber amado mis infinitos ojos fijos
la liquidez de mi fogosa lava
mi sumisión de armiño
mi delirante juventud de abeja
Te gusto cuando callo
pero dime qué significaron para ti
la repetición del humo y las campanas
las vorágines de las revoluciones
la gloria de los héroes anónimos.
Capitán de voz de mando
espada de fuego del amor
Arcángel de la resurrección de los muertos.
Semental que hasta
a los los alquitranes impregnaste y floreciste.
General de la palabra y de los elementos
nos dejaste sin odas ni resortes.
Agostaste maíz lechugas asteriscos
la orografía de América
y las regiones de la Araucaria.
Nos llevaste a amalgamar lenguas universales
la aleación de insectos fósiles carbones
pentagramas y singladuras marinas.
A todos los que nerudeamos
nos enseñaste alfabetos, Pablo.
De mi libro Poemas a Iberoamérica
escritos en vivo en cada país. María del Águila Boge.
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Spender, siempre te leo, a ti y a otros amigos a los cuales disfruto de su pluma, como tú, no siempre dejo comentarios pero ahí estamos. En cuanto a sentirme minúscula, ¡¡SIEMPRE!!, incluso ante esa pequeña flor que lucha por abrirse camino, incluso ante una hormiga, ¿y sabes por que?, porque somos tan inmensos, tan tremendamente complejos y no nos damos cuenta, entonces ahí, en esos pequeños instantes en los que me doy cuenta de mi grandesa es cuando me siento tan infíma por todos los otros momentos.
Un abrazo, Patricia
Zhoro *-*