AMAZONAS


CRONICAS DE UN VIAJE QUE ME PARTIÓ EN DOS

amazonas-0941

EL AMAZONAS

Hoy Manaos lució distinto, después de abrazarnos a una lluvia fatigosa que nos mojó hasta la sombra el día de ayer, todo parecía perfecto. Nos pasó a recoger Antonio, nuestro guía y su esposa Ivonni, una mujer hermosa, piel color canela, ojos vivos y una sonrisa que abría el mundo. Antonio, bueno él es todo un personaje, de rasgos nativos, también atractivo y dulce, eficiente, simpático, experto en su trabajo, hablaba 3 idiomas, en resumen un agrado de hombre y un excelente guía turístico.  Llegaron antes de la hora acordada pero apenas los vi sonreí, ellos eran el primer paso real a nuestro encuentro con el Amazona. 

Después de cruzar Manaos en unos pocos minutos, llegamos al mercado de las bananas, antesala del puerto, un hombre le tiraba a otro, racimos de pequeños plátanos, éste los recibía con maestría e iba formando verdaderos castillos, todo en perfecta armonía y equilibrio. Más allá el «mercado di pesci» , con cientos de puestos donde que exponían la más rica variedad de pescados. Unos metros más allá, el puerto, como suele suceder en todos los puertos del mundo, los olores eran intensos, los rasgos de la gente amistosos, muchos barcos de todos los tamaños y fines, el nuestro nos sonrió a la distancia, era perfecto, no muy grande, tampoco pequeño, de dos pisos, en el primero estaba la cocina, los camarotes, uno de ellos el nuestro, el comedor, cocina y la pequeña cabina del capitán. Segundo piso, terraza, donde se colgaban hamacas para los que no querían dormir en las cabinas, buenas para pasar la tarde y tal vez para los más jóvenes dormir durante las noches.

Al llegar al barco nos presentaron a Collin y Dale, dos jóvenes «Gringos», (al terminar el viaje me dio una tristezas de esas extrañas, de esas tristezas que te aprietan un poco el corazón por tener que separarte de alguien con quién compartiste algo realmente especial), luego a nuestro capitán, un ayudante (bajiño) y la Sra. Antonia, cocinera del barco, ella se encargaría de prepararnos unas exquisiteces, que dicho sea de paso terminamos todos con un par de kilos extras.

El río amazona nos recibía sonriente, nunca sospeche al iniciar este viaje que me encontraría con una amazonas que por días quise que me tragara, que logre acariciarle las entrañas y amamantar su grandeza, que me descostré y quede cruda ante ella, ante esa naturaleza que palpitaba en cada poro de mi piel.

amazonas-056

NAVEGANDO

El día estaba manso, dócil, extremadamente caluroso y húmedo, características que me eran agradable, no, más que agradables, me revivían, amo el calor y la humedad.

El primer espectáculo fue el encuentro de los dos ríos, el río Negro y el Solimoes (Solimais). Es como ver en un gran recipiente tratar de mezclar el aceite con el agua, nunca lo logran, solo se juntan marcando la gran diferencia de sus materias. El negro debe su nombre a su aspecto, al mirarlo es de color negro, al poner parte de su agua en un recipiente es un color café cobrizo, esto debido a la pigmentación de las millones de hojas que tapa durante la mayor parte del año. El Solimoes sin embargo es de un color café claro, barroso, lleno de vida. En él encontramos pirañas, cocodrilos, peces de

muchos tipos, la vegetación que lo circunda plena de vida. En cada una de las caminatas por la selva nos recibían miles de hormigas que desfilaban en perfecto orden llevando sus provisiones de un lugar a otro, arañas multicolores que unían los árboles con sus telarañas de sedas y decenas de pequeños monos que saltan por las copas de los árboles marcando de caminos invisibles en el cielo. Pero hubo un animal que debo confesar recogió mi alma, un animal que despertó totalmente mi ternura, los Perezosos, son de una dulzura que derriten, pasan la mayor parte del tiempo durmiendo, tienen una expresión, una carita que conmueven hasta el más duro.

Los días fueron pasaron lentos y apacibles, vivos y crudos, salvajes y destructores, era una mezcla que me iba sacudiendo constantemente según el panorama que veía deshacerse ante mi asombro, asombro por encontrar una naturaleza que anhelas no desaparezca, una naturaleza que debe ser cuidada de la garra del hombre, asombro por conocer a esas personas que están todavía intactas, descontaminadas, seres humanos todavía puros, también había de los otros, esos que necesitan ser remecidos para que despierten y dejen de ser tan básicos.

Descubrimos senderos bajo la selva que sólo son transitables en pequeñas canoas, visitamos algunos nativos que nos permitieron ver y tocar a algunos de los animales de ese hábitat pero ya domesticados, nos bañamos en ambos ríos, el Solimoes un poco más peligroso ya que habitan pirañas y cocodrilos en él, el Negro, más amigable con sus risueños delfines de piel extremadamente suave, alegres, amistosos, como si supieran que son portadores de algo que hace que el ser humano se dulcifique ante ellos, que nos regocijemos ante sus ojos puros y esa «sonrisa» cariñosa.
Caímos en una pequeña playa donde pasamos una tarde idílica, pudimos bañarnos relativamente seguros, comimos un pescado asado bajo un frondoso árbol, llegaron unos perros salvajes tan flacos que casi podíamos mirar a través de ellos.

Cada nuevo día era un reencuentro con lo esencial de mi alma, de mi naturaleza, un reencuentro con mis orígenes más puros. Un asombrarme y maravillarme por los sonidos que construían verdaderas sinfonías sin necesidad de instrumentos, asombrarme por la vida como se va abriendo camino tan mágica y simplemente, con esa simplicidad que te puede hacer tan profundamente feliz sólo por estar en una perfecta armonía.

ULTIMO DÍA

Llegó el día en que dormiríamos en la selva, los otros fueron siempre sobre el barco, por lo tanto sin insectos de más de cuatro patas. Llegamos a la casa-embarcación de Antonio, ahora Antonio 2, nos recibió con calidez, vivía hace más de 25 años en la selva y era el dueño de varías hectáreas que heredo de su padre, tenia mil aventuras para contar. Él nos acompañaría en nuestro viaje por tierra.

Caminamos por cuatro horas por una selva tan llena de vida que nadie hablaba, los seis (mi hombre, Collin, Dale, Antonio 2, Antonio nuestro guía y yo) íbamos absortos, callados, creo que felices, sí, felices por tener ese privilegio, los dos Antonios nativos ambos, obviamente estaban menos admirados pero igualmente agradecidos, son gente que ha aprendido a valorar lo que poseen y están conscientes de la suerte que tienen por vivir en un lugar así.
Al poco rato de haber iniciado la marcha comenzó a llover torrencialmente, las hormigas apuraron su paso hasta desaparecer por completo, una tarántula no alcanzó a arrancar del ojo preciso de Antonio, nuestro guía, quién logró que saliera de su madriguera y la tomó con suavidad, aunque igual no pudo librarse de una buena parte de polvo venenoso que tiran con sus patas traseras al sentirse amenazada. Todo para que nosotros, para que los incautos turistas pudiéramos admirarla.

El suelo era como un suave colchón mojado de millones de hojas color cobre que crujían en cada paso que dábamos. Arañas de los colores más increíbles nos obstaculizaban el paso con sus mallas brillantes repletas de pequeños infantes de seis patas, árboles gigantescos, cada uno con propiedades distintas y no menos asombrosas, ¡el olor!, ese olor a tierra viva, tierra llena e inflamada de vida, una tierra que no deja de parir más y más vida, una y otra vez, incansable y asombrosamente.
Por fin llegamos a donde pasaríamos la noche, un improvisado refugio con cuatro palos parados y un techo de alguna rama nativa. Los dos Antonios hicieron en pocos minutos un fuego donde asaríamos unas presas de pollo, único alimento para esa
Noche.

Antonio 2 hizo con unas hojas de algo parecido a un banano unos platos clavando los bordes de las hojas con unos pequeños palitos resultando unos platos perfectos, en otros pocos minutos tiraron las hamacas, nuestras camas para esa noche, por supuesto con mosqueteros que me preocupé de que cubrieran nuestras camas colgantes, de todas maneras pase una noche terrible, me imaginaba a un montón de arañas y esas horribles hormigas gigantes que caminan más rápido que un correcaminos trepándome por todos lados. Mientras ellos armaban nuestro campamento mi hombre y yo nos bañamos en una pequeña piscina que se formaba en un riachuelo cercano y que desembocaba finalmente en un brazo pequeño del río Negro.
El agua era extremadamente café, apenas divisábamos el suelo (no quise pensar en qué animales estarían en el fondo, de otra manera no hubiera disfrutado del baño). Resultó refrescante y oportuna. Cuando por fin se silencio la tarde y la noche cayo de bruces ante nuestros ojos, Collin, Dale y nuestro joven y experimentado guía, Antonio, fueron a dar un paseo nocturno en una canoa que estaba arrimada en el brazo del río, nosotros nos quedamos en el refugio, suficiente de picadas, de esperar que en cualquier momento te salte un cocodrilo (historias habían de sobra), pero en realidad quería quedarme junto a Antonio 2, él era un hombre, a ver…, cómo describirlo, de unos cincuenta y tantos… o tal vez un poco menos pero la vida dura dejaba su huella, desgarbado, con una panza prominente pero con unos ojos tan llenos de pureza y una sonrisa tan amplia que me cautivaron desde el primer momento que lo vi. Pude meterme en el alma de ese hombre y bordar su historia con mis dedos, pude ver su tristeza, había perdido a su mujer producto de un cáncer hacía sólo unos meses, pude sentir como la nostalgia le laceraba el alma, pude percibir toda su humanidad. Me costó separarme al día siguiente de él (todavía no entiendo por qué me impresionó tanto).
Esa noche no dormí casi nada, terminé de descostrarme de muchos años de emociones que se te van adhiriendo a la piel y al alma, la noche grito en mi oído sin descanso, unos pequeños monos robaron mi gorra, y extraños sueños, en los pocos instantes que logré dormir, terminaron por despertarme exaltada, fue una noche intensa, larga, desgarradora y que quisiera repetir muchas veces aún a pesar de su dureza.

Para concluir, no puedo decir que el Amazonas provocará en todo el mundo el mismo efecto que en mí, creo que depende tanto de lo que cada ser humano busque, lo que necesite. He viajado bastante y conozco lugares que no dejan de asombrarme por su belleza, su historia, o por la exquisita riqueza cultural, pero en este viaje logré adentrarme en el mismo silencio. Recordé mi historia, recordé lo que debemos hacer para no caer en ese pesado sueño en que vive la humanidad.

Espero que muchos puedan recorrer parte de ese maravilloso lugar y que ejerza el mismo efecto que en mí.

 

 

amazonas-094

7 pensamientos en “AMAZONAS

  1. Entre texto e imágenes he podido vivir parte de tu viaje.Es fácil entender que la huella que te haya dejado sea indeleble.Vida por todas partes.

    Gracias por el relato

  2. Pat, qué maravilloso viaje, no sabes cómo te envidio, esos sonidos selváticos, esos animales de los documentales, todo en vivo, buffffffffffff,qué subidón, y las fotos amiga, qué simpáticos los perezosos, no me extraña que sean los animales preferidos de casi todos, volveré en días sucesivos a volver a leer tu inolvidable aventura. Un beso!

  3. Jusi, así es y no sabes cuanta. Ojala podamos hacer que duré unas cuantas generaciones más. Un abrazo.

    Gorokiña, sé sin lugar a dudas que lo hubieras disfrutado inmensamente, y siiiiiiiii, los perezosos son lo más, pero más dulce de este mundo. Un besote para ti.

  4. Pat, la verdad es que lo que resulta caleidoscópico es tu vida, tu mirada, tu búsqueda. Los lugares son mera consecuencia.
    Felicidades, un abrazo.

  5. Uuuuuf! Ya! Ya vi todas las fotos y leí entera la crónica. Wow!!! Como tú misma dices: «Qué quieres que te diga?»

    Para mí es un poco diferente, posiblemente, que para los dos amigos que comentaron antes. Yo vivo en una isla tropical. Y en ella, afortunadamente tenemos todavía santuarios muy parecidos a lo que muestras en tus fotos. En nuestros manglares no hay perezosos, pero tenemos manatíes y así sucesivamente….

    Entonces, al leerte y ver tus imágenes no está presente el mismo elemento «sorpresa». Así, puedo concentrarme en tu propia emoción y sorprenderme con tu sorpresa… puedo imaginar, quizá a través de mi propia experiencia, lo que puedes haber sentido en el primer momento en que sentiste esa atmósfera húmeda, llena de su propio perfume, diferente al que percibes todos los días en Santiago, pero diferente también a otras humedades, como las de la India o como las que yo he andado… único.

    Sé que la impresión mayor, la más imborrable que dejaron estos días en tu memoria no sólo «es invisible a los ojos», sino que probablemente sea «incontable» en un teclado. Sin embargo, para que veas cómo son las cosas, pude verlo, por una fracción de segundo en tus ojitos, en la foto en que estás sentada sobre la hamaca blanca.

    ¡Lo invisible A los ojos, a veces es visible EN los ojos!

    Un abrazo

  6. Un crónica divertida sobre excursiones y nuevos descubrimientos, espero que te haya pasado cosas extrañas y situaciones dificiles que puedas contar.
    La aventura de perderse en el bosque y de sentirse libre y fuera de todo horizonte.

    ¡Vaya!, tiempo sin dajerte mis parecéres. Solo te leía nada más.

    Chinasklauzz

  7. Liz, linda preciosa, como siempre tienes razón, todo lo que nos antecede es una mera consecuencia. Un abrazo cariñoso para ti.

    Millita linda preciosa, (por dentro y por fuera ti ti ti), sabes, a medida que pasan los días y las imagenes se van borrando trato de cerrar los ojos para oler esa tierra, para no olvidar la pureza y el silencio, para recordarme a mí misma transitando por esos senderos tan llenos de vida, lamentablemente poco a poco cuesta un poco más hacerlo. La vida te come con la ilusión que encierra en lo cotidiano.
    Besitos.

    Chinas, tanto tiempo!!!… ya no se si existes o eres una mera ilusión, jeje, iré a ver si volviste con tu blog. Un abrazo.

    🙂

Replica a Patricia Gomez Cancelar la respuesta