Santiago


 

Ayer tuve que ir al centro de Santiago, tenía una reunión a las siete de la tarde con mi editor, tomé la costanera y en 10 minutos estaba llegando a los estacionamientos subterráneos, opte por el de Santa Lucia, siempre me ha gustado esa parte de la zona céntrica, me trae recuerdos. Por muchos años trabajé en pleno centro, y a veces, con el tumulto de gente y las presiones del trabajo sentía que me asfixiaba, era entonces cuándo llamaba a mi amigo Miguel Ángel , un exitoso empresario que tenía sus oficinas al otro lado del cerro, el era amante de la buena poseía, de las primeras ediciones, de las buenas conversaciones y además, pertenecíamos a la misma escuela iniciatica, ósea, estábamos muy unidos, – ¿almorzamos en el cerro?, le dije con voz de suplica, – ¡voy!- , él siempre estaba ahí para mí  y partíamos con un par de sándwich comprados al paso y unas bebidas a caminar el cerro, era como escaparse a una realidad paralela.
Luego están los cafés de la calle Mosqueto, el pequeño restaurant (nunca recuerdo nombres, de nada) que esta en la esquina de Huérfanos con Miráflores, donde también solía ir , ahí se disfruta de una buena cocina, y de una ornamentación lúdica, ese lugar tiene la particularidad que a pesar de estar inserta en pleno centro de Santiago, cuenta con una ambientación casi rustica, pero guardando un fino toque único. Las mesas de madera cruda que pareciera pueden sostenerte a ti y a la carga de pensamientos que cada comensal trae consigo, los estantes con maderas bien trabajadas que afirmaban botellas de buen vino, las garzonas, todas estudiantes universitarias de excelente presencia. mmm… buena propaganda que le estoy haciendo, tal vez debería ir a cobrar un almuerzo gratis jeje.
Después están las librerías que se emancipan en las calles, cada una más provista que la otra, bueno, gracias a ellas los simples mortales podemos acceder a mundos que se esconden tras la palabra y donde tocamos, increíble, lo fantástico o los dramas más complejos, no se les puede restar merito, ¡que sigan emancipadas!. Más allá un «limpiador de zapatos» que se estaciona con sus pequeño lustrín, cajas cargadas de pastas y escobillas con olor a viejo, esperando que le caiga algún cliente mientras lee «La Cuarta», diario popular Chileno, me pregunto como sobreviven en el verano, bueno, ¡los hombres!, que tonta, ellos usan zapatos cerrados todo el año. Un poco más allá me cruce con unos maestros de la construcción, se notaba que recién habían terminado sus faenas, estaban recién duchados (su pelo mojado y bien peinado), olor a jabón barato, ¿se han fijado que en general el obrero humilde siempre anda con una peineta en el bolsillo de la camisa?, bueno ellos no eran la excepción, cuando pase por su lado los tres se miraron cómplices y uno mas aguerrido soltó el piropo (termino chileno para decir algo agradable a una mujer) «Mijita, quién fuera toro para embestirla», (yo andaba con una pólera roja), los miré y esbocé una sonrisa, uno me miro con ojos unos ojos de enamorado que me enternecieron, me encantan ellos, tienen esa natural frescura del hombre chileno que todavía es puro, sus ojos limpios, sus manos ajadas y callosas, su sonrisa diáfana que muestra, generalmente, una dentadura gastada por el tiempo y por la falta de recursos para un buen dentista.
Seguí caminando ensimismada, siempre es así cuando voy al centro, me gusta «ser», en cada paso que doy y en cada situación, persona o lugar que se cruza en mi paso. Al llegar a la Alameda y mientras esperábamos que el semáforo diera verde para cruzarla se paro a mi lado un hombre de unos 68 años, usaba muletas y su cuerpo estaba totalmente «chueco», pero sonreía con una risa abierta y simple, llana, una mujer se paro a su lado y al mirarlo con más cuidado, se corrió con desagrado, y él, pudiendo haberle dicho cualquier cosa desagradable me miro, sonrió más abiertamente y me dijo, «hay algunas que creen que esto se contagia» y se rió, todos los que esperábamos la luz nos dimos una mirada cómplice y nos reímos con él. Cuando cruzamos la calle me apegue lo más que pude a su violenta humanidad, pensé, como la vida me regala día a día tanta belleza.

Ya de regreso a casa y mientras manejaba puse una música para llamar cierto estado de ánimo, la música hace eso conmigo, me abre puertas y curiosamente me sentí tan inmensa, tanto que creí que me perdería en mí misma, ese raro estado de plenitud al cual a veces…, llego.

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