Historias de Santiago, El hombre de las flores.


El hombre de las flores. Todos los días lunes en nuestra empresa cambian las flores, en cada piso del edificio, pasillo o hall se dispone un florero con un hermoso arreglo floral, esto lleva dándose desde algunos años, y tiene como objetivo, «alegrar los ambientes», dice don voz segura el Presidente de le empresa, hombre que en general no le brillan los ojos.

Hoy por primera vez le puse atención, una real atención al hombre que carga las flores. Entró él como siempre, tratando de no molestar, una leve sonrisa, «permiso señora, buenos días», sus ojos eran limpios, tomó el florero de la semana pasada y salió en un silencio sepulcral, tratando de parecer invisible.

Al cabo de unos minutos volvió a entrar con el nuevo arreglo, pero en sus ojos se veía un brillo nuevo, uno más intenso, tal vez con pizcas de orgullo, al darse cuenta que lo miraba esbozo una sonrisa vanidosa, como quién porta un pequeño tesoro. Las rosas blancas trinaron coquetas en sus brazos y unos esplendidos crisantemos amarillos brillaron al contacto de unos rayos de sol que se filtraban a través de la ventana. Todo el conjunto, hombre y flores emitían un brillo distinto al que puede entregar, tal vez, el junior o uno de los directores de la empresa.

Tal vez sólo él se da cuenta del preciado trabajo que tiene y de la importancia de su carga, o a lo mejor los demás estamos muy ocupados en otras tareas «más importantes» para notarlo.
Por un instante el hombre de las flores dejó de ser invisible y me hizo sentir un dejo de envidia, yo estaba tras un escritorio llena de papeles y él, él era el hombre de las flores. Sin darse cuenta hizo que mi lunes fuera distinto.

 

2 pensamientos en “Historias de Santiago, El hombre de las flores.

  1. ¡Ah, las flores! Me hiciste recordar de dónde viene mi costumbre de poner flores en mi casa cada semana…
    De niña, cuando vivía en la casa de mis abuelos, tenía al lado el mercado de las flores. Los domingos eran como un caleidoscopio de aromas y colores.
    Mi abuelo me daba mi domingo, a veces un tostón, a veces un peso. Y con eso corría yo al mercado tratando de escoger lo mejor para ponerlo en la mesa del comedor. Lo que siempre me fascinó fueron los pensamientos. Mi abuelo me contaba que si ponía yo una gota diminuta de agua en el centro de la flor, me respondería lo que yo le preguntara.
    Como era pequeña nunca tuve el pulso para poner sólo una gota, así que dejé de preguntar y desde entonces me dedico a verlas…

  2. Querida Liz, te puedo imaginar corriendo con un vestido alegre a reclamar tus flores, no podría ser de otra manera con un ser humano como tú. Me gusta «verte» con más ganas de todo, me alegro por ello.
    Un abrazo cariñoso. 🙂

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