El bronce y el barro
Me excita tu sudor de media tarde
y las uñas mugrosas del trabajo,
tu estructura
apolínea en los tablones
para subirte a techos y escaleras
y verte, amor,
trepar por las cornisas.
Me estremece la piel
tu mansedumbre de aceptar
tantas cosas evitables
y no darle un trompazo al empresario
que firma tu despido
con desprecio
por razones que nunca te involucran.
En el fondo, te asiste una certeza:
que él era
un pobre hombre descartable; Sigue leyendo