Paseo por el parque


Ayer llegué a mi casa y como todos están de vacaciones, no tenía nada especial que hacer salvo regalarme el tiempo a mí misma. A regañadientes pero movida por el amor les puse las correa, “al Oscar” que saltaba como conejo en celo (no se como serán los conejos cuando están celo, pero me imagino que muy inquietos) y “el Lucas”, como siempre, imitándolo pero con sus ojos de almíbar, todo a él le sale dulce. Y salimos los tres ebrios de orgullo (tal vez y simplemente, por ser libres), mientras avanzábamos a nuestro destino, ladraban y se empujaban que era un chiste, pero por fin llegamos y lo mejor, ¡¡no había nadie!!, les di la libertad y yo me dispuse en uno de los bancos a pegar mis ojos al cielo o a la copa del árbol más próximo, ellos cada tanto me miraban pero seguían dando brincos de alegría por todos los rincones del parque. De pronto me pare frente a un árbol que se veía más solo que el resto y comencé, como es mi costumbre, a sacar mentalmente los objetos que me rodeaban hasta quedar, el árbol y yo, y una suave brisa comenzó a mover sus hojas, tan lentas  y gráciles, tan impidas,  silentes. La brisa se convirtió en un viento amainado que empujaba mi pelo por este rostro ausente que a veces se apodera de mi,  como si hubiera querido dibujar alguna palabra secreta.

Mientras más pienso, me doy cuenta de que las mujeres disfrutamos plenamente esos detalles del día a día. De la exquisita simpleza que no vemos ni tocamos.

luquitas.jpg El Lucas…. delicioso de dulce.

oscar.jpg «El Oscar»

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