Teresa dejó la taza de té sobre la pequeña mesa que estaba al lado del sillón, no quiso mirar por la ventana aún a pesar del ruido del motor que le golpeó las sienes. Los pasos se acercaban a la puerta. Permaneció sentada. El timbre sonó ronco, retumbando como un cañón en las paredes de la casa.
Héctor bajó la escalera con pesadez, al ver a Teresa que permanecía inmóvil, se quedó de pie. El cabello cano se debilitó sobre su cabeza y se vio como un anciano. Las manos arrugadas permanecieron al lado de sus piernas, como Sigue leyendo