EL HOGAR

Una casa, es sólo paredes, piso y cielo. Un hogar es lo que te habita y lo que entibia el corazón mientras vives en él.
La estufa a leña estaba prendida, invento excusas para siempre poder prenderla. El fuego crepitaba y despedía ese calor que abriga hasta los sueños más tenebrosos. Afuera llovía copiosamente, es casi diciembre, pero en el sur de Chile suceden estas cosas, lluvias y frío en diciembre y tormentas de nieve a fines de marzo. Las plantas y arboles festejaban, las hormigas se escondían, los pájaros aún trinaban. Unas pocas ranas de mi laguna esporádica cantaban. Y yo, yo observaba todo como si nunca hubiera ocurrido algo así.
Los perros estaban adentro, sí, sé que pocos aprueban eso, pero a estas alturas de mi vida, poco me importa como corre el mundo, sólo importa como avanza la aventura en esa entropía, esa loca entropía de mi mundo interior. Me miraban, sus ojos agradecidos me miraban con tanto amor desde sus camas calientes y yo los miraba agradecida por existir en mi vida. Éramos cinco, ahora somos sólo los tres.
Las galletas inundaron de aroma el aire, el chocolate se derramaba en mi mano haciendo figuras fractales y el pan de sarraceno salía echando vapor del horno. Cociné casi toda la tarde, era tiempo. Tal vez la cocina y las palabras son los latidos del corazón de este hogar llamado Patricia.
Cuando ya cayó la noche me senté en la sala con una taza de té humeante y observé todo, como si fuera un extraño mirando la escena desde otro universo, otra realidad. Y vino la comprensión. Yo era ese hogar, el corazón latía caliente, las plantas se extendían etereas, mis manos calentaban mis pensamientos y me vi en eso con tanta claridad, hubiera querido detener el tiempo, por horas, por una eternidad para no perder ese estado único de comprensión tan vasto, tan eterno, tan lleno de silencio y tan infinito.
No somos nada más que la suma de esos pequeños instantes, instantes de una inmensa comprensión. La suma que no tiene resta.
Como me vasto, como desaparece el mundo cuando me encuentro.