Perú
El Sábado tuve que ir al centro a hacer algunos tramites, tu sabes, en la semana me es imposible, caminé y olí las calles como a mi me gusta, con los ojos y tacto, con el alma. A pesar de que a mucha gente no le agrada el centro de Santiago, a mi, ¡¡me encanta!!, es ahí donde realmente se puede tocar al pueblo, al verdadero Chileno, ese Chile que es pobre y rico, el que huele a pan caliente o aquel que se viste de Dior, aquel que se balancea en esa clase media sufriente difícil de llevar.
En el centro de cualquier ciudad encuentras el dolor en los ojos del que se saca las manos trabajando, la vejez postrada en un banco de la plaza viendo como el reloj de arena esta en su última danza, las palomas mendigando algo de pan, las iglesias viejas pero cargadas de historia y de fe, ahí, me reencontré con Chile. La plaza de armas, como ya es costumbre, estaba lleno de Peruanos, conversaban alegres, algunos vendían sus cebiches en prácticos potiches de plásticos para los que no pueden darse el lujo de comerlo en alguno de los restaurantes de comida peruana, las mujeres bien arregladas, los más jóvenes cargando en la mirada la esperanza de conocer a algún machote que les dé algo del cariño que no tienen, y en esa mezcla de sensaciones y rostros me metí en su alma. Salí con los dedos sangrando de dolor, la pena que pude sentir en ellos me hizo retroceder, ¡como extrañan su tierra!, sus anticuchos de corazón, los salteados de lomo, por supuesto ¡¡Su cebiche!!, el mejor del mundo, su piscosour, sus calles, los olores de su pueblo, su vida.Deseo profundamente que nuestro vecino pueda despegar económicamente para que pueda llevarse de vuelta a esas almas en peregrinación y regresen a su sangre.